Hay momentos en los que estás parada en algun lugar del mundo y queres arrebatar un instante con un disparo. Y en un trabajo conjunto entre la cámara y el ojo humano, comnzás a componer una fotografía.

De ahí en adelante, la fotografía es simplemente un disparador: una imagen inacabada pero nunca vacía.

Hay una parte de esa imagen que termina de construirse cuando uno la mira, existiendo tantas interpretaciones posibles como individuos la contemplen.

25.8.11

La felicidad de los vecinos

Manifiesto Alegria

Trabajo de expresion fotografica 2010


http://www.manifiestoalegria.com.ar/lafelicidaddelosvecinos/

11.8.11


Cipriano, yo pienso que el alfabetizador
no es sólo el que enseña a leer libros
de ciencias, historias, filosofías
y tantas cosas exóticas
de que habla la gente.

Hermano, yo pienso que
alfabetizar es enseñar a leer
 en los ojos
el dolor de los pueblos,
la enfermedad de los niños,
la angustia de la mujer que pare en la calle,
la tos del minero que escupe y mancha de sangre,
la estatua de la libertad neoyorkina.

Hay que aprender a leer
el hambre que toca la puerta,
el frío que va por la calle,
la oscuridad del que busca
y no encuentra.

Cipriano, yo pienso que
primero debemos alfabetizar
a los que saben leer libros
pero que no saben leer el dolor de los hombres.

Julio Zavala
(Nicaragua)

7.1.11

Sin numero

Era justo en ese momento.

Y las agujas del reloj marcaban los minutos, los segundos, los momentos y cada una de esas sensaciones que con el pasar del tiempo le iban sucediendo.

Ella no sabia que hacia, cómo había llegado. Qué le estaba pasando. Ni porque le había tocado.

Que son cosas que le pueden pasar a cualquiera. Pero que no es algo debido.

Palabras que se escuchaban sonar en el aire. Pero que ese aire no se llevaba, menos en ese momento. Por el contrato, suspendidas quedaban en el aire, y al rato, se las oía retumbar, un eco infinito que solo se terminaba perdiendo en el vacío; y con ese poco camino andado.

Y paseaban por la confundida cabeza de Alma, cual laberinto sin salida. Solitarias, bastante claras y egoístas.

No pensó en una vida, ni pensó en su vida. Solo en sus amigas, su familia, su gente, su entorno. Y no solo que pensó en ellos sino que escuchó a algunos, y obedeció. Sin cuestionar. Sin preguntarse si era eso lo que ella elegía. Y con la cabeza gacha sin mirar a los ojos de nadie, ni siquiera los oscuros e insensatos de aquél que se hacia llamar "Doctor"; se olvidó de ese Angel, al cual recién hoy, y después de años luz, reconoce como tal.

Ese Angel, aquel angel que nunca llego a tener la capacidad ni siquiera de entender porque lo negaron, asi como jamás tampoco Alma podrá asumir, viva los días que viva, porque nadie la ayudó a pensar por si sola. A decidir. Siente que se lo arrebataron, que le quitaron un hijo. Su hijo. Y piensa, bastante seguido; "Si le hubiera permitido nacer, le hubiera llamado Milagros". Aquel Angel que nunca, a pesar de todo, deja de estar a su lado. Nunca se fue.

Inconscientemente, es consuelo para ella culpar a la soledad, la desesperación, la ignorancia, y porque no, la falta de contención por aquella decisión que tomaron, robando sus palabras y junto con ellas, su dignidad.
Comienza así, uno de esos primeros deseos que entonces tuve. Y fue contar una historia, precisamente la suya.

Esta es la memoria de una vida sureña, tan sureña que su vivienda se levanta justo en el punto mas opuesto del Norte Argentino.
Donde hay días soleados, pero siempre fríos. Fríos se sienten en su alma, su poca alma que queda intacta. Algunos otros, parecen infinitos y grises. Otros lloviznosos e incómodos. Otros blancos y puros; donde son los suaves y hélidos copos de hielo quienes se encargan de teñir el pueblito de un color inmaculado, tan inmaculado que casi encandila, y es entonces cuando se oyen las voces de los lugareños, junto a esos grandes y vivos fogones, que cuentan que son esos días en los que se perdonan los pecados mas mortales del ser humano. Cuenta la leyenda que así como uno se equivoca, tiene también la posibilidad de remediar los errores, arrepintiéndose. Y haciendo una especie de ritual en días nevados.
Están también los días en que el sol no sale, aunque sin embargo, una vez de vez en cuando, el viento le acaricia el rostro. Y esa caricia templa casi un poco más que los cálidos rayos de aquél 8 de Abril.

Una larga y desierta ruta conduce al pueblito. Tranquilo, de rocas secas y áridas, lleno de naturaleza y borracho de viejas costumbres. “Huacho“ se llama. Había sido dado aquel nombre en justa causa por la explotación, el extermino y la masacre de los indígenas patagones Onas y Yámanas; indios “bárbaros y salvajes” según los españoles, y los chaqueños Guayarúes y pampeanos Pampas, quienes terminaron habitando el sur del país como consecuencia de la Conquista del Desierto que brutal y despiadadamente, los desplazó. “Hijos de Nadie”, “Huérfanos” en lengua quechua.
Alma tiene casi 8 décadas vividas. Y es aquí donde vive. Tuvo que alejarse, alejarse lo más que pudo, aunque fue incapaz de abandonar por completo sus raíces. Al fin y al cabo, su país forma parte de lo que en algún momento fue y es. No escapó. Simplemente tomó distancia. Necesitaba irse de todo aquello que tan fresco estaba, y que tanto mal le hacia.
Se alejo también porque necesitaba olvidar. Y perdonar a otros. Necesitaba que esas tajantes heridas comiencen a querer cicatrizar. Algo que ni siquiera era seguro que ocurriese. Pero debía intentarlo. Y así fue. De lo contrario, sintió que no podría seguir. Tan pocos años, y tanta carga. Tanto dolor.
Pasado el tiempo la conocí, una de esas simples casualidades del andar. Yo viajando y ella allí, en su silla hamaca, en la esquina de su galería. Con mate en mano, mirando como sin horizonte. Y empezamos a hablar. A Conocer. A Hablar. A Aprender. A Hablar. Y entre encuentros y conversaciones, nos hicimos amigas. Y cada vez que la voy a visitar, en un momento dado, que sus ojos me anticipan con inocente ventaja, ella comienza: “Su sonrisa me envolvía, ¿sabés Emilia? Era tan valiente y siempre tan firme en sus ideas, sus principios. Y yo era una nena, lo que tenía de nena lo tenia de inconsciente inmadura. Y vi el amor en todo lo que el era. Todo lo que hacía. Y me enamoré. Me enamoré del amor. Mas del amor que de él, quizás. Y así empezamos a conocernos, a querernos, a apoyarnos, a aventurarnos. El ya militaba en ese entonces. Y yo me fui con el, sentí que sin el nada me quedaba. Y uno de esos días… uno de esos días, en ese entonces, iguales a todos; uno de esos días, desde ese entonces, único en mi vida; no volvió. Y supe que sería para siempre. No recuerdo el día exacto ni el mes, recuerdo el año. Porque al tiempo, me enteré del pequeño ser que en mi vientre se estaba gestando. Y que cobardemente…” y es allí cuando esa gota gorda cae por su mejilla, casi tan lenta como el dolor que siento, la invade. Y va dejando, esta triste lagrima, su huella, en cada surco de su curtido rostro. Y entonces cae el sol también. Y el anaranjado del horizonte se refleja en ella, dándole brillo a esos cansados y añejos ojos color miel. Y con la misma mirada perdida. De hace mucho.